Los fanáticos del Chavo del Ocho recibimos con entusiasmo la aparición del Diario escrito por Roberto Gómez Bolaños. Esperábamos datos nuevos y curiosidades nunca antes vistas en la televisión: quizá el nombre verdadero del protagonista o noticias sobre la esposa del señor Barriga. A decir verdad, solo en las primeras páginas pueden hallarse testimonios novedosos, como menciones a la madre del Chavo (“A mi mamá sí la conocí, pero nomás tantito”) y a su paso por un orfanato.
La encargada del hospicio era la señora Marina, una mujer tosca y amargada que constantemente le imponía severos castigos. Otro dato desconocido hasta ahora es que el Chavo conoció allí a Chente, un niño de más edad que muere por enfermizo.
El Chavo lo consideró su mejor amigo de esos tiempos. En la serie Chente es nombrado en varias ocasiones como su “amigo imaginario”.
La muerte es un tema repetido. La televisión solo la alude como un suceso antiguo o superado. Se dice que Federico Matalascallando, esposo de doña Florinda, murió en un accidente en el mar. También que la esposa de don Ramón falleció poco después de dar a luz a la Chilindrina. En el libro, por el contrario, la muerte se vive día a día. No solo muere Chente.
También fallecen la viejecita que aloja al Chavo en la vivienda ocho y Jaimito el cartero. Este último caso sí es referido en la serie, pero el libro le adiciona una suerte de tierno dramatismo. Jaimito siempre está cansado, no sale de su casa y un día muere.
El Chavo fue el primero en verlo: “Y hasta parecía como si estuviera soñando algo bonito, pues tenía cara de estar contento. Pero no puede ser, porque ni modo que le diera gusto morirse. O quién sabe, porque Jaimito el Cartero siempre decía que prefería evitar la fatiga. O sea que ya evitó la fatiga para siempre”.
Muchos chistes televisivos se repiten en el Diario. Dejándolos de lado, el libro aporta frases igual de hilarantes. De Jaimito se dice que el “pellejo le cuelga como moco de guajolote”. Doña Florinda pone “cara de vela derretida” cuando se enoja. Quico dice que las pulgas molestan a los perros y de paso a la gente, vale decir que “no solo perjudican a la Humanidad, sino también a la Perreridad”. El profesor Jirafales afirma que la escuela es la “fuente del saber”, y la Chilindrina anota que la Popis “no ha tomado ni una gota de agua de esa fuente del saber, que no ha pasado de hacer gárgaras”.
En otra ocasión, el maistro habla de los problemas que causa el ruido. El Chavo piensa que el ruido hace perder el oído de mucha gente que escucha música a alto volumen. Y dice: “O sea: lo que hace daño es el volumen. Y por eso es por lo que Ñoño siempre anda enfermo: por el volumen que tiene”.
Hay por lo menos dos capítulos empañadores de ojos de la serie que se han dejado de lado. En el primero al Chavo se le atribuyen unos robos que no ha cometido y es expulsado de la vecindad. El libro se ocupa de una anécdota semejante, pero en ningún momento nombra al señor Hurtado, causante de todo el embrollo. Jamás se detalla el terrible rechazo que sufre el Chavo de sus amigos (uno a uno le gritan “ratero” con desprecio y resentimiento). El segundo capítulo es de lejos el más memorable.
La vecindad en pleno viaja a Acapulco, se hospeda en un hotel de lujo, se divierte en la piscina y hace una fogata en la playa al atardecer.
Dicho sea de paso, en ese momento se escucha “Buenas noches, vecindad”, la mejor canción de la serie. Pues bien, las vacaciones en Acapulco no aparecen en ninguna página del Diario. Beto a saber por qué.
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