Derramar la sal
Mala suerte, si esto le ocurre al manipular el salero, a menos que se apresure a tomar un pellizco y arrojarlo por encima del hombro izquierdo “directamente a la cara del diablo”. Porque este es el sitio desde el que Pedro Botero, es decir, el diablo, espera paciente a que nuestra naturaleza pecadora renuncie al alma para siempre. La sal arrojada no tiene otro fin que cegarle temporalmente, para que el espíritu tenga tiempo para volver a quedar afianzado por la buena suerte.
Desde la Grecia antigua, la sal ha tenido un gran poder simbólico: procede de la Madre Tierra, del mar; las lágrimas y la saliva son saladas y conserva, condimenta y embellece los alimentos.
Decir Jesús al estornudar
Los egipcios y los griegos veían en el estornudo un augurio. Así, era bueno estornudar por la tarde, mientras que hacerlo al saltar de la cama o al levantarse de la mesa podía ser nefasto. Aquel que había estornudado al nacer era tenido por dichoso. El estornudo hacia la izquierda era un signo de mal agüero, pero de bueno, hacia la derecha. En todo los casos, los griegos exclamabn ¡Vivi! y ¡Que Zeus te conserve! Por su parte, los romanos empleaban la expresión, ¡Salve!, ante tal circusntancia; y serían los primeros cristianos quienes sustituyeron la invocación a dioses paganos por el suyo.
Se dice que durante la epidemia de peste que hubo en Roma en el año 591, bajo el pontificiado de Gregorio I, los afectados morían estornudando, y que de tal circunstancia proviene el ¡Dios te bendiga!, que más tarde se simplificaría diciendo ¡Salud!, ¡Jesús! o expresiones semejantes.
Viernes 13
Desde tiempos remotos el número 13 ha sido fatídico, debido principalmente a la muerte violenta que sufrieron varios dioses decimoterceros de la Antigüedad y, ¡cómo no!, a la suerte del decimotercer invitado en la Última Cena de Jesús. Por otro lado, el viernes adquirió en el mundo sajón su reputación de día nefasto, debido a la muerte de Jesús. Obviamente, la coincidencia del número 13 y del día viernes no puede ser de peor agüero.
Tocar madera
Durante muchos siglos antes del cristianismo, los pueblos célticos de Europa rendían culto a los árboles por considerarlos los templos de la santidad y la principal representación de los dioses en la tierra. El árbol servía como medio para evitar la dolencia o el mal a la tierra. También se recurría a este vegetal si la mala suerte visitaba a un hombre bajo la forma de demonio o si iba a librarse una batalla. En éstos y otros casos, el sacerdote druida celebraba una serie de ritos y ensalmos en las llamadas enramadas sagradas, lugares que equivalían a las modernas iglesias.
Hay también quien dice que las supersticiones referentes a la madera también nacen del material con el que está hecha la cruz de Jesús. Resultado de estas creencias es nuestra costumbre de tocar madera como signo de la suerte, ya que ésta atrapa el espíritu maligno y lo hace caer a la tierra.
Abrir el paraguas dentro de casa
Ningún supersticioso tendría jamás la osadía de abrir un paraguas dentro de casa. El origen de este temor se remonta a la época en que los reyes orientales y africanos lo usaban sólo a modo de sombrilla para protegerse del sol. Debido a su conexión con el astro rey y porque también su forma simboliza el disco solar, abrirlo en un lugar sombreado, fuera de los dominios del sol, era considerado un sacrilegio.
Es probable que las supestición se reforzara cuando los paraguas llegaron a Europa y empezaron a ser empleados casi exclusivamente por los sacerdotes en los oficios de los difuntos, sin otro fin que protegerse de las inclemencias del tiempo.
Romper un espejo
Las supersticiones relativas al espejo se cuentan entre las más citadas en todo el Occidente cristiano, quizás por su uso adivinatorio. La catoptromancia, es decir, el arte de adivinar por el espejo, procede de Persia y, aunque tuvo un relativo éxito durante la antigua Grecia y la Edad Media, fue duramente perseguida por la Iglesia.
Es probable, sin embargo, que estas supersticiones obedezcan a la idea de que nuestro reflejo es otra versión del original y, si causamos desperfectos en el espejo, nos hacemos daño a nosotros mismos. Así, dañar el espejo es dañar el alma, y aquí es donde entra la superstición de que la rotura de un espejo trae mala suerte durante siete años. Este periodo se debe a la creencia de que el cuerpo experimenta un cambio en la constitución fisiológica cada siete años.
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